Si nos ponemos a hablar de momias, probablemente se te vienen a la mente imágenes como la máscara funeraria de oro de Tutankamón.
Aunque si eres aficionado a las películas de horror, de fantasía y los videojuegos, quizás pienses primero en algo más parecido a esto:
Sin embargo, las momias tienen más caras de las que aparecen con frecuencia en la cultura, refinada o popular, o hasta refinadamente popular, como en este caso.
Y algunas de esas caras, además de ser impactantes, sobrecogedoras y hermosas, son sorprendentes por su estilo; se les ha llamado “las pinturas modernistas más antiguas”.
Se trata de los retratos de Fayum, y si ya los conocías probablemente entiendes el entusiasmo que las acompaña desde su descubrimiento.
Son los retratos pintados más antiguos que han sobrevivido, gracias en parte al clima seco de la zona donde permanecieron enterrados durante siglos.
Su magnífica condición permite ver, casi dos mil años después, la huella de la espátula con la que el artista le dio vida a su modelo.
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Estos eran retratos para acompañar a la momia de la persona retratada, niños, mujeres y hombres que vivían y fallecían en “el jardín de Egipto”, el oasis de Fayum, a unos 100 kilómetros al sur de Cairo.
Fueron encontrados en cementerios del lugar, y luego en otros sitios, a finales del siglo XIX, la mayoría de ellos sostenidos por la envoltura de gasa de las momias justo en el lugar en el que la cara estuvo alguna vez.
Poco se sabe de ellos con certitud.
Los expertos tienen teorías encontradas, pero en conjunto se puede decir que datan de entre el 50 y el 250 d.C.
También se sabe que son el producto de una sociedad multicultural, pues en ese momento Egipto era parte del Imperio romano y había griegos descendientes de los soldados de los ejércitos macedonios de Alejandro el Grande que se habían asentado ahí.
Eso es evidente en la combinación de imaginería religiosa de Roma y Egipto. Por ello, los egipcios los consideran grecorromanos y los grecorromanos los consideran egipcios.
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Eso es una muestra de la cantidad de teorías existentes sobre los Retratos de Fayum, varias de ellas acerca de su razón de ser.
La teoría predominante y la más intuitiva es que servían como documentos de identidad.
Si no estabas a la altura de alguien como Tutankamón, una máscara fúnebre de oro o cualquier otro material era una posibilidad remota.
Entonces, ¿cómo te iba a reconocer Anubis, el dios que recibía a los muertos, momificaba sus cuerpos para hacerlos incorruptibles y eternos y asistía al pesaje del corazón para determinar si el alma podía entrar al reino de Osiris?
Y no solo Anubis te debía reconocer en ese mundo que habitarías después de la vida.
En la mitología egipcia, entre los componentes del espíritu humano estaban el ka y el ba, que sobrevivían al cuerpo si se reunían periódicamente con sus restos.
El ka -algo así como la fuerza vital- se quedaba en la momia o en una imagen o, si era rico, en una estatua del difunto.
El ba, que en los retratos aparece representado como un pájaro y es algo semejante al alma o al espíritu, podía ir a buscar comida y bebida pero tenía que volver a la tumba en la noche para nutrir a ka.
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Como era vital que ka y ba se reunieran, también lo era que las momias fueran fácilmente identificables.
La solución: estas obras tan excepcionales, no solo por ser de un período tan distante, sino también porque habría que esperar más de mil años hasta que artistas como Goya, Dürer, Leonardo da Vinci, Tintoretto, Rafael y Vermeer capturaran la personalidad de sus sujetos con tal maestría.
En el intervalo, algo de la expresión se perdió en los retratos, incluso de los que representaban sujetos que despertaban tantas pasiones, como las figuras religiosas, como en éste del italiano Francesco Traini (activo entre 1321-1345).
Pero hay otro aspecto tremendamente fascinante. Como escribió el crítico de arte, artista y escritor John Berger, “los retratos de Fayum nos tocan como si hubieran sido pintados el mes pasado. ¿Por qué? Ese es el enigma”.
“Fueron pintados al mismo tiempo que se estaban escribiendo los evangelios del Nuevo Testamento. ¿Por qué nos parecen ahora tan inmediatos? ¿Por qué se siente en ellos una individualidad como la nuestra?”, se pregunta.
Tras ver varios de los cerca de mil retratos de Fayum hallados en una exposición en el año 2000 en el Museo Metropolitano de Nueva York, la reacción del crítico de arte del New York Times Holland Cotte fue similar a la de Berger.
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“Los rostros parecen conocidos”, apuntó.
“Ahí está la chica más linda del colegio, y ese tipo arrogante con el que se casó. Allá ese primo distante, un amigo que casi no recuerdas de la universidad y hasta ese viejo amor que prefieres olvidar”.
“Es como si acabaran de avanzar tentativamente hacia nosotros, así, de frente”, señala Berger y resalta algo que no podemos pasar por alto: aunque nos cautivan, estos retratos no fueron creados para ser vistos.
“Ni quienes ordenaron los retratos, ni quienes los pintaron se imaginaron jamás que serían vistos. Eran imágenes destinadas a ser enterradas, sin futuro visible”.
Ni el retratado era un modelo, ni el pintor estaba en busca de gloria futura.
En ese sentido, no son ‘retratos’ como entendemos el término, explica. Son diferentes, pues no fueron pintados para la posteridad, para que los vieran generaciones futuras.
“(El artista de los retratos de Fayum) era el pintor de la Muerte o, tal vez más exactamente, el pintor de la Eternidad”.
Fuente:
BBC